Educador y predicador
(año 1766).
San Pompilio fue llamado "El Taumaturgo de Nápoles"
(Taumaturgo es el que consigue milagros, el que obra prodigios).
Pompilio Maria Pirrotti.
Nació en Montecalvo (Italia) en 1710, de una familia adinerada y de mucho abolengo, o sea,
con antepasados que habían sido famosos e importantes.
Cuando apenas tenía diez años se encontró en el sótano de su casa un cuadro antiquísimo
de la Sma. Virgen y quitándole el polvo, lo colocó en su habitación y le dijo a la mamá:
"Un día, cuando yo sea sacerdote, vendré y celebraré la misa delante de este cuadro".
Sus hermanos se reían pero él estaba seguro de que sí iba a ser así.
Su padre quería que se dedicara a administrar los bienes de la familia, pero el joven deseaba
ardientemente ser sacerdote. Sin embargo como ya tenía otro hermano en el seminario,
el papá le negó el permiso para hacer estudios sacerdotales, añadiendo que le bastaba
con tener un hijo sacerdote.
Más sucedió que el hermano seminarista murió con gran fama de santidad y entonces
nuestro joven se reafirmó en su propósito de llegar a ser sacerdote. Y como su padre se oponía,
un día, después de escuchar un hermoso sermón vocacional de un Padre Escolapio
se puso de acuerdo con el predicador y se fugó de la casa paterna, dejando a su padre
una carta pidiéndole excusas por ese atrevimiento.
El papá corrió a la casa de los Padres Escolapios a reclamar a su hijo, pero Pompilio
le demostró tan grandes deseos de llegar al sacerdocio y le expuso tan fuertes razones para ello,
que su padre tuvo al fin que aceptar y lo dejó en el seminario.
A los 24 años fue ordenado sacerdote y la comunidad lo dedicó a enseñar a los niños pobres
de las Escuelas Pías (Escolapios se llaman los padres que enseñan en las Escuelas Pías).
Su salud era muy deficiente y una tos continua lo hacía sufrir mucho, pero a pesar de esto
nunca faltaba a sus clases y sus alumnos hacían verdaderos progresos, muy notorios a todos.
Y entonces empezó a tener fama de ver a lo lejos lo que estaba sucediendo en otra partes
. De vez en cuando se quedaba con la mirada fija en la lejanía y anunciaba hechos que sucedían
a gran distancia. Un día estando en clase se quedó mirando hacia lo lejos y dijo a sus alumnos:
"Algo grave está sucediendo a uno de los nuestros". Luego preguntó: "¿Quién falta en la clase?".
Le respondieron: "Juan Capretti". Se quedó un rato pensando y exclamó: "Recemos por él,
porque está en grave peligro". Luego envió a un alumno y le dijo: "Vaya a la casa de Juan
y pregunte por él". El muchacho llegó a la casa de Capretti y preguntó si sabían dónde estaba.
La mamá y la hija, que se imaginaban que estaría en la escuela, corrieron a su habitación
lo encontraron tendido por el suelo. Lo sacudieron y despertó de un ataque.
Luego contó: "Sentí un terribilísimo dolor de cabeza y creí que me moría.
Pero de un momento a otro como que una mano pasó sobre mi frente y recobré la salud".
Cuando el mensajero volvió a la clase a contar lo sucedido, el padre Pompilio dijo
muy contento a los jóvenes: "Dios ha escuchado la oración que dirigimos por nuestro amigo Juan".
Su devoción a la Sma. Virgen era inmensa. En sus ratos libres fabricaba camándulas y las regalaba
a todos los que querían rezar el rosario. A todos les recomendaba:
"Sean muy devotos de la Sma. Virgen María".
Cuando después de varios años de ser sacerdote, fue por primera vez a celebrar la Santa Misa
en su casa, su madre, sin recordar lo que él había dicho en su niñez, le preparó el altar
frente al cuadro que de niño había sacado del sótano. Pompilio al final de la misa exclamó:
"Bendito sea Dios que me ha permitido cumplir aquellas palabras que de niño dije
al encontrar este cuadro de la Virgen Santa en el subterráneo: "Un día celebraré misa
ante esta imagen de la Sma. Virgen".
Los superiores lo enviaron de misionero a pueblos muy alejados, donde no había sino
campesinos y pastores pobres. El andaba kilómetros y kilómetros y se le gastaban mucho
sus zapatos y no tenía dinero para reponerlos. Entonces dispuso caminar descalzo y así lo hizo
por muchísimos caminos. A quien le llamaba la atención diciéndole que esto era indigno
de un sacerdote, le respondía: "No se afane que así andaba Nuestro Señor".
Su sotana era de lo más remendado que se encontraba, pero así imitaba también la pobreza de Jesús,
y cumplía lo que dijo el Divino Maestro: "Dichosos los pobres porque de ellos será
el Reino de los Cielos". Y con estas penitencias lograba la conversión de muchos pecadores.
En Semana Santa hacía el viacrucis al vivo y él se cargaba al hombro una pesadísima cruz
y descalzo subía a una montaña rezando el santo viacrucis con el pueblo. Las gentes se admiraban
de su santidad y de sus penitencias y trataban de hacer también algunos sacrificios.
Fue enviado a Nápoles y allá predicaba muy fuerte contra los usureros y los que en casas
de compraventa favorecen a los tramposos. Entonces los dueños de las compraventas
dispusieron inventarle toda clase de calumnias y lo acusaron ante el Sr. Arzobispo.
Y lograron convencerlo. El prelado les dio permiso de que llevaran la acusación ante el rey.
Y tantas mentiras dijeron que el rey decretó que el padre Pompilio debía ser expulsado.
Llegaron los policías a la casa de los Padres a llevarse al Padre al destierro, pero él
subiéndose a la carroza les dijo que sin permiso del superior no podía alejarse.
Y por más fuerte que les dieron a los caballos, no se movieron. Entonces llamaron al Superior
el cual le dijo: "Pueden irse, Padre", y en ese momento pareció como que les hubieran
soltado las patas a los caballos y salieron a galope.
Los que lo llevaban al destierro lo vieron suspirar y le preguntaron: "¿Por qué suspira,
por tener que irse al destierro?". Y él respondió: "Suspiro porque el que se inventó
todas estas calumnias, le ha tocado irse ahora para la eternidad a dar cuentas a Dios".
Y así fue. Aquel mismo día el inventor de las calumnias murió de repente.
Y el pueblo de Nápoles hizo tantas manifestaciones en favor del padre Pompilio,
que el rey tuvo que decretar que podía volver a la ciudad. Pero para evitar más problemas
los superiores lo dedicaron a predicar en los pueblos de los alrededores.
Y sucedió que un niño se cayó a un hoyo muy profundo y parecía que se ahogaba.
La mamá llamó a nuestro santo. El se puso a rezar y el agua del pozo se fue subiendo
y sacó al niño hasta la orilla, sin haberse ahogado.
Sus milagros y prodigios eran continuos y maravillosos.
A veces se elevaba por los aires mientras rezaba.
Pero los agotadores trabajos por la salvación de las almas lo debilitaron y en 1766,
cuando apenas tenía 56 años, un día en medio de sus compañeros religiosos exclamó:
"Oh la Madre preciosa. La Mamá linda viene a llevarme al cielo". Y murió dulcemente.
Quiera Dios enviarnos muchos profesores y predicadores tan entusiastas y fervorosos
como San Pompilio, aunque no logren hacer tantos milagros como él.
Tened fe y nada será imposible para vosotros. (Jesucristo)
SANTUARIO DE SAN POMPILIO
URNA DE SAN POMPILIO EN EL 250 ANIVERSARIO
RELIQUIA DE SAN POMPILIO
MINISTERIO CATOLICO MISIONERO DE EVANGELIZACION
LO QUE NOS PIDAS...HAREMOS
SOS-SOPLO DE SANTIDAD
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